viernes, 7 de mayo de 2010

TÓNICA Y SÁNDWICH

Una cafetería anodina. Sin ninguna solera. Reparo hoy en su nombre, después de tantas veces como he venido: “América-1”. Un nombre como para salir corriendo. Tres camareros jóvenes, feos, amargados, uno de los cuales sonríe con esfuerzo cuando se acerca a mi mesa a preguntarme qué deseo. “Una tónica y un sándwich mixto con huevo frito”. Creo que es la primera vez en mi vida que pido estas dos cosas combinadas. Una de tantas combinaciones que pueden establecerse con la gama limitadísima de comidas y bebidas que ofrece este tipo de cafeterías. El camarero esboza casi imperceptiblemente un gesto de perplejidad o de asco cuando escucha mi comanda, como si esta fuera un oráculo o un insulto. La gente pasa junto a la terraza en la que estoy sentado. (Debo decir que la cafetería es propiamente una terraza: no hay un espacio interior excepto la barra desde la que los camareros traen hasta las mesas lo que se les ha pedido.) Gente sola a veces, pero casi siempre en grupos o en parejas. Algunas personas se repiten: son las mismas de esta mañana. Nadie conocido. Nadie a quien saludar o con quien intercambiar unas palabras. Ciudad en la que nací y en la que viví hasta los veintitrés años, ¡te desconozco y me desconoces! No sabría cómo restituir los vínculos que en otro tiempo nos unieron. La memoria no basta, el presente es precario y el futuro es la sombra de una luz extinguida. Tal vez sea mejor contemplarte como una ciudad extranjera a la que llego un día de un verano cualquiera de mi vida. Un calor húmedo que acaba empapando la ropa. Somnolencia de calles casi siempre en pendiente hasta llegar al mar. Un flujo discontinuo de figuras parsimoniosas. Poca diversidad racial. Un cosmopolitismo contenido, forzado. Poca comunicación, si no es dentro de los límites de una familia o de un clan, de un grupo o de un círculo. Todo lo demás, expulsado, negado, despreciado. Algún raro resplandor en que se intuye un amago de llamada, de apertura, de encuentro. Así es mi ciudad, o así me lo parece, si la miro con los ojos de un extranjero. Casi nunca la reconozco cuando vuelvo. Me cuesta comprenderla. Extrañamente, es el único sitio en que me siento en casa y el que más difícil me resulta entender. Me exaspera sentirme tan solo donde estuve tan acompañado, pero también reconozco que esta soledad me permite esconderme y contemplar, como a través de un periscopio, este lugar tranquilo. Aquí no ocurre nada. Sería vano esperar que algo ocurriera, poner alguna ilusión en acontecimientos extraordinarios capaces de conmover un poco el verano. Recuerdo vagamente que en otras épocas esas ilusiones proliferaban en mí e incluso alguna obtenía cumplimiento, aunque fuera efímero. Ahora sólo cabe no esperar para no ahuyentar las pocas migajas de sorpresa que una ciudad como esta puede ofrecerle a una persona como yo. Suena un móvil. Me parece que suena tan cerca de mis pies que por un momento pienso que está enterrado en el subsuelo. Alguien que llama desde abajo: no es mal comienzo para el estremecimiento que no es posible esperar.

(Santa Cruz de Tenerife)

1 comentario:

  1. Qué bien dibujada Santa Cruz, parece que la estoy viendo entre sus laureles de indias, flamboyanes y jacarandás bajar aturdida hacia la playa de Las Teresitas, o vagar sin rumbo entre las terrazas cuando la luz comienza a disolverse como la sombra de las hojas sobre una mesa.

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