viernes, 17 de septiembre de 2010

LUNARES

Algunos lunares se le están duplicando. Junto a alguno, en un brazo, en un hombro o en el pecho, nace otro gemelo, algo menor, algo más pálido, como una sombra de lo que es ya en sí mismo una sombra en la piel. Tal proliferación, llevada a un extremo, piensa, significaría que la piel entera acabaría convertida en un enorme lunar. ¿Hacia dónde podría expandirse o duplicarse ese último lunar que cubriría entera la piel? ¿Hacia fuera del cuerpo? ¿O hacia dentro? ¿Empezarían a nacerle lunares por el interior de la piel, en toda mucosa interna, en cualquier órgano, hasta en los huesos, que, pasados algunos años después de su muerte, serán lo único que quede de él? ¿Huesos marcados por lunares dobles, triples, múltiples? ¿O huesos ya definitivamente negros, como carbonizados, aunque no hayan pasado por un fuego distinto al de la muerte? Y el alma, si la hubiera, ¿quedaría también manchada de lunares? Y entonces, ¿no serían los lunares lo último que quedaría de él, como marcas de nacimiento que quisieron prolongarse más allá de la muerte?

*

Pero hay más, ¿verdad? Porque al final los huesos tampoco resisten, se van desmenuzando, y más tarde pulverizando, hasta que no queda más que un saquito de polvo que no se hubiera tardado tanto tiempo en lograr si el cuerpo hubiera sido incinerado nada más morir. De unos huesos cubiertos enteramente por lunares, entonces, ¿resultaría un polvo negro? ¿Algo parecido a la pimienta molida es todo lo que quedaría de su paso por el mundo?

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