domingo, 2 de enero de 2011

TUMBAS DE MÁS ALLÁ DEL TIEMPO

En aquellas islas (europeas para unos, africanas para otros y tricontinentales para casi todos los demás) los coleccionistas de momias, procedentes de los más ilustres gabinetes científicos de las grandes ciudades europeas, habían expoliado, al parecer desde mediados del siglo dieciocho, todas las cuevas empleadas por los antiguos habitantes de las islas a modo de necrópolis. El resultado era que las pocas momias que habían sobrevivido (extraña combinación de términos, lo sé) a las manipulaciones descuidadas, a los saqueos y rapiñas de los propios nativos ignorantes, a las largas travesías, a la humedad de las bodegas de los barcos, a los naufragios innúmeros, a los rigores de los inviernos nórdicos, descansaban hoy en día, casi tres siglos después, en polvorientos museos europeos como tristes despojos de quienes, junto al fuego escondido en las entrañas de la tierra, fueron los únicos señores de sus islas durante casi un milenio y medio. (Y lo más triste es que algunos museos insulares se habían hecho también con momias o con restos de momias que eran exhibidos como cualquier otra cosa detrás de rancias e infames vitrinas.) Ya no había, así pues, lugares en los que brindarle un pensamiento a la memoria de los antepasados. El misterioso afán con que estos habían intentado (¡y en muchos casos, logrado!) arrebatarle a la corrupción de la muerte, mediante las técnicas del mirlado, la posesión de sus cuerpos, destinar sus cadáveres a una permanencia en el tiempo que acaso sirviera a sus descendientes como testimonio de su paso por la tierra, había caído, casi literalmente, en saco roto: quiero decir que sus huesos se habían desparramado, que las momias, apoyadas, según se decía, en las paredes rugosas de las cuevas, o acostadas sobre tablas de noble madera de tea, envueltas siempre en varias pieles de cabra, como signos de una precaria victoria sobre el tiempo, habían sido mancilladas, expoliadas, profanadas. Con el paso de los siglos, algunos habitantes de estas islas perdidas habían recuperado la memoria de sus antepasados y habían comenzado la búsqueda de las antiguas cuevas funerarias. El resto de la población, sin embargo, es decir, la inmensa mayoría, no solo desconocía cualquier dato sobre su propio pasado, sino que hubiera estado dispuesto a un nuevo expolio, esta vez mucho menos científico e ilustrado, de cualquier huella de un mundo que ya nada tenía que ver con el suyo, con el mundo del presente, el de los centros comerciales y los parques temáticos, el de los hoteles de lujo y los campos de golf, el de los puertos deportivos y los bloques de adosados. Se encontraron, es cierto, muy pocas cuevas funerarias, casi todas ellas vacías. Llegaron a descubrirse en sus alrededores terraplenes destinados a antiguos rituales o dibujos inscritos en piedras en lo alto de riscos majestuosos: no pudo revelarse el emplazamiento de ninguno de estos lugares, ninguno de ellos pudo acondicionarse para que fuera visitado, en homenaje a sus antepasados, por la población actual, pues esta los habría arrasado, los habría convertido en vertederos o en lugares de esparcimiento, borracheras y reyertas, en comederos, meaderos o picaderos públicos. Algún idolillo descubierto en el fondo de barrancos resecos, entre las grietas abiertas en otro tiempo por el agua en la piedra, fue reproducido a tamaño natural por las autoridades culturales y vendido, junto a camisetas, jarras decoradas con el mapa de las islas y bombones rellenos de crema de plátano, como suvenir en la tienda de algún mirador recién restaurado.

1 comentario:

  1. Sí, verdaderamente es muy penoso el concepto y el uso que hacemos en Canarias de nuestro patrimonio antropológico y cultural; aunque luego todo parece solucionado comprando verídicas momias guanches o repatriándolas desde lugares tan insólitos como Argentina. Estamos en una comunidad autónoma donde el consejero de bienestar social lamenta la pobreza de los santacruceros (que ya pasan hambre, según él), a la vez que se gasta un dineral (dinero público) en amueblar el IMAS.

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