jueves, 21 de abril de 2011

RECUERDOS DE LA CASA

No siempre que rememorabas la casa de tu infancia te atendía yo como hubiera debido. Estoy seguro de que con frecuencia estaba distraído, enredado en los pensamientos que, con su incesante vaivén, me ocupaban por aquel tiempo. Sin embargo, algunas de tus palabras permanecieron unidas a imágenes o a trazos de imágenes que, con el paso de los años, pude ir reconstruyendo. Había un patio interior. Creo que los lavabos se encontraban en alguno de sus extremos, pues para llegar hasta ellos había que atravesar el patio, decías, hasta el que, por la noche, se colaba a partir del otoño la brisa húmeda del parque cercano. Cada vez que he pasado por donde estaba la casa he intentado imaginarla. Fue derruida cuando aún eras joven para construir una nueva. En esta casa nueva, en la que pasé tantas tardes, me costaba reconducir los pasillos hasta los cuartos desaparecidos, borrar mentalmente los tabiques para volver a levantarlos, también mentalmente, según el supuesto trazado original. Todo lo desaparecido deja huellas salvo cuando es sustituido por otra realidad que aspira a suplantarlo. Pensaba entonces que no era demasiado importante lo que recordabas del único cuarto en el que dormías junto a las camas de tus padres y hermanos, el bochorno de las noches de verano, la respiración de todos ellos dormidos como un único soplo al compás de lo que parecía, en la oscuridad, un solo corazón. O de la cocina, en la que un día pisaste sin querer un pollo que correteaba entre tus piernas y al que viste morir sin que emitiera ni un solo quejido. No sé si me extralimito al imaginar muy altas las paredes, gruesos los muros que separaban la sala del dormitorio, sobria la pobreza de los muebles, tristes las pocas fotografías apiñadas sobre una mesa de camilla, chirriante la mecedora para los pocos ratos de descanso, misteriosa la cómoda para los escasos secretos, guardados en alguna caja al final de una gaveta. Pero todo esto, quizás, perteneció o pertenece tan solo a la casa nueva, a mis recuerdos de ella, a no ser que existiera ya en la vieja y formara parte de lo que no se perdió en la mudanza. Ni tú misma, tal vez, recuerdas todo lo que desapareció en el camino. Y ya no vive ninguno de los que podrían recordarlo. La presencia del parque con sus árboles mudos, la calle en pendiente entre las dos avenidas, el cielo con sus amaneceres, sus mañanas de nubes o de sol inclemente, sus tardes demoradas de claridad o de lluvia, sus noches silenciosas casi más allá del tiempo: esto no se ha perdido, o apenas ha cambiado. Lo que rodeaba la casa es también parte de la casa. E incluso quienes entonces no estábamos seguimos, de algún modo, dentro de la casa.

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