lunes, 30 de mayo de 2011

LAS ATARJEAS

– Las atarjeas –dijo, señalando hacia lo alto y entrecerrando los ojos, como si de ese modo quisiera aislar el sonido del agua del resto de rumores que nos rodeaban. Habíamos llegado al final del camino. A partir de allí la montaña se convertía en una fortaleza inaccesible, al menos para unos meros caminantes, como nosotros, sin posibilidades de escalarla. Su voz había sonado cristalina, tal vez porque llevábamos un rato sin hablar, mudos por el cansancio o por el ensimismamiento de quienes visitan por primera vez un paraje de ensueño.

– Cuando era niño había muchas más que ahora. A veces caminaba sin miedo, como un equilibrista, a lo largo de una de ellas. Miraba bajo mis pies el agua que corría a una velocidad que entonces me parecía de vértigo. Me agachaba a tocarla, hundía mis manos en lo que sentía como una gran piel transparente y viva. Llegaba a beberla, incluso.

– Los caminos se cruzan como las atarjeas. También nuestras vidas trazan curvas, se entremezclan o se desvían para conducir a lugares remotos, aislados, de los que no sabemos si habremos de volver. Aquí termina el camino y un poco más adelante están las atarjeas que se adentran en el interior de la isla. Pero no estamos en condiciones de seguirlas.

– Imaginaba, cuando era pequeño, que mi cuerpo podría deslizarse flotando en el agua hasta desembocar en un lugar imprevisto. Creía que era para eso para lo que se habían construido las atarjeas, para que un niño como yo viajara a una velocidad de vértigo contemplando las palmeras, las lomas, los cardones, los cernícalos, las tabaibas, el mar.

– ¿No nos habremos perdido? La isla es pequeña salvo cuando uno se pierde en ella. Los caminos se borran como los recuerdos. La noche llega pronto y cubre sin piedad, como la bóveda de una cueva infinita, los cuerpos ateridos, exhaustos. Hay que pisar entonces con cuidado, atender al más mínimo rumor, a las indicaciones de los grillos, al peso de las piedras que pueden desprenderse.

– O hay que saber entonces dejarse guiar por la verdad del aire. Pisar como si se flotara, oler como si se escuchara, hablar como si se desde siempre se hubiera enmudecido –mi voz me sonó extraña, como si no fuera la mía. Creo que, en efecto, nos habíamos perdido, pues eran tantas las bifurcaciones que habíamos tomado que cualquier retirada estaba condenada al fracaso. Las atarjeas resonaban como si fueran cargadas de agua, pero lo cierto es que estábamos en la mitad del verano. ¿Tanta agua llevaban, que no se evaporaba? Decidimos sentarnos a la sombra de una higuera. Se veían algunas casas a lo lejos, pero parecía imposible llegar hasta ellas. Aunque sabíamos que pronto atardecería, se sentía la luz, bajo las ramas, como una cascada que no va a cesar nunca.

4 comentarios:

  1. "Aunque sabíamos que no tardaría en atardecer, se sentía la luz, bajo las ramas, como una cascada que no va a cesar nunca".

    Muy bueno, Rafa. Gracias por transportarme con tus palabras a ese mágico momento de una plácida tarde canaria a la sombra de una higuera.

    Un abrazo

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  2. Gracias, Nico, por tus palabras. Al leerlas, acabo de darme cuenta de lo que la jerga filológica llama un "poliptoton": "no tardaría en atardecer". Demasiada tarde junta. Cacofónico. Creo que voy a cambiarlo por "pronto atardecería". Un fuerte abrazo y nos hablamos pronto.

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  3. Cuánta infancia perdida y sabor a emociones indefinibles en esa sola palabra: "atarjea". Cuántas excursiones improvisadas que hacíamos mi perra Laika y yo, o en compañía de algún amigo, entre barrancos y montañas durante tardes enteras. No sólo creo ciegamente que uno es de donde hace el bachillerato (mi paraíso perdido), sino que no hay más patria que la infancia, como pensaba un poeta. El texto me ha llevado a la nostalgia y al olor vertiginoso de aquel jazmín real y aquellas fresas que todavía brillan en la memoria y en casa de mi abuela. Qué enorme es el mundo del niño y cómo se nos va empequeñeciendo con la edad ese mismo mundo, quizá porque ya no sabemos vivir en él, regresar a esa inocencia totalmente espacial que Rilke llamó "lo abierto". Un saludo y gracias por cada uno de estos textos.

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  4. "Mit allen Augen sieht die Kreatur / das Offene. Nur unsre Augen sind / wie umgekehrt..." Sí, amigo Iván, los niños, como criaturas aún no desgajadas del corazón de la vida, ven lo abierto "con todos los ojos". En cambio, los nuestros, nuestros ojos, están "como al revés", "como vueltos del revés", "como invertidos": difícil traducción para la idea rilkeana, creo, de que, en vez de contemplar libremente las cosas que nos rodean como una continuidad de nuestros propios ojos, les inyectamos la conciencia, la angustia, la muerte, la identidad, los prejuicios, las convenciones, las ideas, incluso las palabras escuchadas o leídas que, muchas veces, solo ocultan o emborronan el mundo. Pero, amigo, vuelves a ser demasiado generoso conmigo: el texto es solo un breve diálogo sin mucha trascendencia... Un abrazo.

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