Queríamos
nadar hasta meternos en la gruta
ya que
el mar parecía estar en calma.
Negociamos,
benévolos, con los abruptos
laberintos
de lava de la costa
el
punto en que nos lanzaríamos.
Desde
allí hasta la gruta
unas
pocas brazadas
en el
mar centelleante, pero oscuro,
llevarían
los cuerpos casi en abandono.
Gritos
como los que daríamos
habría
repetido ya la gruta otras veces,
gritos
como los de quienes
ya no
estarían allí porque un día estuvieron o porque
no
estuvieron nunca y fueron engañados.
El mar
era la herida
y el
agua oscura era
la
sangre que brotaba sin descanso.
Jadeantes
nadaríamos hasta donde los otros niños
para
gritarle al techo de la gruta
un
revuelo de sílabas,
nuestra
forma de dar
las
gracias desde el fondo
como
peces aún vivos.
Precioso. ¿Y si el mar no hubiera estado en calma sino bravío?... Muy distinto el poema. Besos Primo.
ResponderBorrarQuerida prima: sí, el poema hubiera sido otro (o ninguno) si el mar hubiera estado bravío. Hubiera sido también un poema de orilla (igual que este), pero de una orilla temerosa, casi aterrorizada. Gracias por tu lectura. No nos vimos más, pero nos veremos. Un beso.
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