lunes, 21 de enero de 2013

DOS POEMAS DE SANTANDER

Curioseando un poco por la red --ahora que las noches, en esta región del Alto Valais donde me encuentro, son largas, frías y recogidas--, he encontrado este vídeo de la lectura que en agosto de 2009 dio en Santander el poeta suizo Fabio Pusterla. Habíamos sido --Fabio como autor y yo como su traductor-- muy generosamente invitados por Rafael Fombellida y Carlos Alcorta, organizadores de las 'Veladas poéticas' de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en cuyo marco tuvo lugar la lectura. Paseos, cenas, conversaciones y copas se añadieron luego a aquella velada de la que guardo un recuerdo entrañable: se dio, y no sé si esto puede captarse en el vídeo, una sintonía especial entre Fabio y el público. En uno de aquellos días de verano cantábrico escribí dos poemas que han permanecido guardados a la espera quizá de un encuentro imprevisto. El primero está dedicado a Fabio Pusterla y el segundo a Rafael Fombellida y Carlos Alcorta. Los publico ahora aquí como un modo de seguir tejiendo la amistad que entonces se fraguó. 


I

                   Para Fabio Pusterla

Estar en un lugar, estar en otro,
ver el mar a lo lejos con el vago deseo
de sentirlo en la piel y preferir
seguir donde se está sin decidirse
a dar el paso decisivo, pues
es fácil darlo, lo sabemos,
es mucho más difícil
quedarse y resistir las embestidas
del vacío, del freno, de la soga
que nos atan a un sitio, que nos atan a otro,
y que tarde o temprano tirarán
con fuerza hasta que el cuerpo
quede colgando fuera de la vida. 

II


                   Para Rafael Fombellida y Carlos Alcorta

A la hora de la siesta, gritos
de gaviotas altísimas irrumpen
en mi paseo solitario
por las calles vacías.

Qué anuncian, si es que algo
quieren decir aparte del estruendo
momentáneo que causan.

Voy cruzando de una acera a la otra,
siempre en busca de sombra,
siempre lejos del centro,
mirando los balcones taciturnos,
sus cristales tiznados, casi opacos,
tropezando con gente que parece
haber aparecido aquí ahora mismo,
como yo,

y, aunque había pensado llegar hasta una calle
donde, según las guías, está domiciliada
la única sauna que hay en la ciudad,
prefiero detenerme, me siento en un portal
y hago que el tiempo pase,
no sé si algo más lento,
entre algunas palabras
antes de proseguir.

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