lunes, 29 de febrero de 2016

EL EXTRARRADIO DE LOS HUESOS TRISTES


No irás nunca, me dijo, al extrarradio de los huesos tristes. Ese lugar en donde el sol amanece a duras penas, en donde los perros andan sueltos con correas prestadas, en donde en los jardines comunitarios las colillas permanecen ardiendo varios minutos después de haber sido tiradas. Allí donde los pasillos de las urbanizaciones están decorados con marinas de colores chillones y donde en las salas, al atardecer, grandes cuadros enmarcados con marcos grasientos revelan la imposible conjunción de verdad e impostura. No irás nunca, me dijo, a un lugar que está señalado con los huesos de los padres muertos antes de tiempo, de todos aquellos que abandonaron a quienes querían porque la vida era más imperiosa que el mismísimo amor. Ese lugar en donde los huesos de los hijos yacen en la inclemencia de tumbas abiertas en medio de los caminos; ese lugar donde las madres fuman y afirman haber olvidado hace mucho tiempo el rostro de sus hijos disuelto en la niebla de las madrugadas alcohólicas. Digo que no irás nunca allí, nunca a ese lugar de perdición y de ausencia, a ese extrarradio de los huesos tristes. Para llegar allí tendrías que atravesar casi de borde a borde la isla entera, introducirte por laberintos de plataneras y adosados, hollar los terraplenes donde aparcan por la noche los clientes de las casas de citas y aparcar junto a jardineras abonadas con desperdicios. Los jóvenes buscan allí entre la basura los anillos de latón de compromisos inciertos. Se los ve por la tarde, en camisetas de asillas, revolviendo entre los restos oxidados de electrodomésticos, tubos de escape y tejados de uralita. Para qué vas a ir allí, ¿para asistir a las bodas de la podredumbre con la gracia, a la gran ceremonia de apertura del club de los devastados, al extraordinario palique del nota con el nota, a la petanca junto a los bancos del no parque, al farfulleo del bar en el que se reúnen los domingos los farloperos que la noche anterior se despacharon a gusto con ucranianas recién llegadas por veinte euros la hora? La jarana que arman se escucha en todo el extrarradio. ¿Para qué vas a ir allí?, repitió. Restos de lo que nació como resto, desperdicio de lo que surgió ya perdido desde el principio, disolución de lo que nunca tuvo solución: así es todo allí, nunca lo olvides. Sólo los que allí viven no ven la descomposición, por lo que la única manera de luchar contra ella sería en el fondo haber nacido allí. Pero nacer allí no es algo que se elija y nunca lo conseguirías yendo allí. Hace falta ser uno de ellos, uno de esos padres que se descoyuntaron en medio del amor, una de esas madres que aullaron en la noche la vergüenza de tanto malparir, para estar por encima, como en una nube, o como en una alfombra voladora de hachís y de ácido, por encima, te digo, de la descomposición de todo. Entonces lo verías: mirarías hacia abajo y verías los complejos residenciales pintados de verde, las jardineras que alguna vez estuvieron plantadas con rosales, los no parques poblados de no columpios en los que juegan no niños transformados en parques poblados de columpios llenos de niños. Lo que se oye allí por las noches, continuó, nunca podrás imaginarlo. Te serán ahorrados los ruidos de los huesos que lloran. Te serán evitados el crujir de los amaneceres sangrientos, la pulpa de las paralíticas tardes, el estertor de las noches cancerosas. Ni por un instante podrías imaginar lo que viajar allí supondría para ti, recalcó. Aquello, el extrarradio de los huesos tristes, no es como uno de esos lugares a los que puedes ir sin consecuencia alguna. Tendrías que estar dispuesto a convertirte en algo distinto de lo que eres si quieres visitarlo. En algo parecido a la carroña. En algo similar a la peste. A la peste que serías para ti mismo y para los demás. 

2 comentarios:

  1. Yo no sé por qué, no es una comparación de estilos, pero leyéndolo me vino a la mente Isaak de Vega y sus ambientes entre oníricos y reales, con un aire siniestro, opresivo, que nunca he sabido (tampoco es que me haya puesto a trabajar en eso, ni ganas de desvelar el misterio) fijar por qué. Pues ese aire tiene este relato.

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  2. Admiro mucho a Isaac de Vega y ojalá sea verdad, amigo, lo que dices: que este fragmento mío evoque de algún modo su inquietante escritura. Gracias por leer y comentar y un abrazo.

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