Me pregunté si me quedaba
algo más por hacer:
palpar,
coser, dejarme ir
hacia la luz
por la calle que llevaba
hasta el colegio,
y si no bastaba con rodar
hasta que la luz misma
pusiera
fin a mi desubicada
memoria,
por un día no fiel
a circunstancias del
pasado,
sino al círculo mismo
que sobrevuela el ojo corroído
por la pantalla dorada
de lo que antiguamente
llamábamos crepúsculo,
ahora ya una imagen
incomprensible para el
ojo
que, sin embargo,
persigue
el señuelo de aquello
que una vez aprendió,
un saber que ahora espera
nacer de nuevo despojado
de aliento, y mientras
tanto
la noche despedaza
la lengua que, sin saber,
se acomoda debajo de la
lengua.
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